BIENVENIDOS AL BOLETIN EL TONDERO

La primera semana de octubre de 1989, un grupo de estudiantes y bailarines universitarios viajamos desde la ciudad de Lima a los departamentos de Tumbes y Piura para entrar en contacto con los pueblos que dieron vida a una de las expresiones artísticas más representativas del Perú: EL TONDERO.
Luego de vivir una experiencia inolvidable en las ciudades de Tumbes, Puerto Pizarro, Aguas Verdes, Piura, Catacaos, sus caseríos y Morropón, compartimos el arte del tondero con niños y jóvenes morropanos en el Festival de Tondero de Piura, organizado por el Club Grau. En ese contexto, decidimos conformar un equipo permanente para el estudio y promoción del Tondero, la Marinera en su forma tradicional y otras expresiones culturales de los pueblos del norte del Perú. Elegimos inicialmente llamarnos Grupo de Estudios Costumbristas Norteños “EL TONDERO”; más adelante, variamos nuestra denominación a GRUPO DE ESTUDIOS “EL TONDERO”.
Han transcurrido 25 años de actividad ininterrumpida, reuniendo importante material bibliográfico, realizando publicaciones diversas, organizando conversatorios, talleres teórico prácticos, participando en diversos foros e integrándonos a distintas iniciativas culturales individuales y colectivas en pro del conocimiento y difusión del Tondero y la cultura norteña de nuestro país.
El BOLETIN “EL TONDERO” fue uno de los instrumentos donde volcamos con mayor afecto nuestra iniciativa hacia la comunidad. Luego de nueve números ya editados, al celebrar nuestras bodas de plata, decidimos hacer uso de medios más modernos de difusión como el presente, que no existían al momento de nuestra fundación, para compartir nuestro trabajo y los de otros amigos estudiosos que van en el mismo camino.
El BOLETIN “EL TONDERO”, en versión blog, brinda un homenaje a todos los cultores de Tondero, Marinera y demás expresiones artísticas tradicionales del norte del Perú, de Ancash, La Libertad, Lambayeque, Piura, Tumbes y Cajamarca, en especial a aquéllos que compartieron desinteresadamente sus conocimientos con nosotros.
Deseando que disfrute estas publicaciones,
nos suscribimos
GRUPO DE ESTUDIOS “EL TONDERO”
Lima, 2014.

Correo electrónico: boletineltondero@gmail.com



sábado, 3 de enero de 2015

DIFERENCIAS ENTRE DAR SERENATA Y DAR UN GALLO

Actualmente, tenemos una idea aproximada de cómo fueron las serenatas en tiempos pasados. De hecho, algunas puestas en escena vistas en Lima el 2014,  nos han recordado esta antigua tradición. En el artículo que a continuación reproducimos, don Abelardo Gamarra “El Tunante” nos precisa la distinción entre dar serenata y dar un gallo, costumbres que fueron decayendo en el Perú a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, y cuyo último reducto fueron las ciudades del interior del país. El Tunante nos pinta una serenata posiblemente andina, tal vez, quizás recordando su Huamachuco natal. Con pequeñas variantes, tanto los gallos como las serenatas fueron una costumbre muy extendidas en toda América de habla hispana. En una próxima oportunidad, volveremos sobre el tema. Les compartimos esta lectura. Sírvase tener presente la cita bibliográfica colocada al final del artículo.   

 

                                                         UNA SERENATA

La más hermosa de las costumbres de la juventud en el interior de la República va desapareciendo con la profusión del licor  y la relajación de nuestros hábitos, lo único que todavía subsiste son los llamados gallos.

Dar un gallo, es cosa muy distinta a dar una serenata: hay tanta diferencia entre el gallo y la serenata como la que puede haber entre la ópera seria y la opereta: el gallo es lo preliminar de la jarana, el prólogo de la celebración de un santo, ¡ah! La serenata, es una manifestación de amor en el silencio de la noche; el ¡ay! misterioso del ausente; la dulce queja; la íntima confidencia o la declaración sentida de un cariño: lo primero es alegre y lo segundo es melancólico.

El amante que quiere declararse; el enamorado celoso; el que se encuentra desdeñado o el que adorando con delirio, se siente cada vez más cautivado por los encantos de una mujer, ése da serenata.

Cuando la familia se opone, cuando entre la enamorada y el amante media distancia de fortuna, cuando se trata de alegrar a la mujer que se ama, cuando todos son imposibles es cuando se dan serenatas.

Para verificarlas, no todas las noches son iguales: las noches frías o lluviosas, las noches profundamente oscuras, ésas que sirven para el crimen, jamás pueden servir para dar serenatas.

La palabra lo está indicando: las noches serenas, plácidas, poéticas, aquellas en que la luna brilla con todo su esplendor o se oculta melancólica esparciendo su luz a través de las nubes como brillante bujía tras cristal deslustrado; esas noches tranquilas, en que en lugar de viento se percibe el respirar perfumado de la naturaleza donde hay vegetación, respirar rumoroso donde hay aguas que se deslicen, esas son las noches de serenata.
                                      Cartel del recital LA SERENATA DEL AYER, recital a cargo del importante
                                      conjunto musical "Sabor del 900", ofrecido en junio de 2014



Al primer canto de gallo, en altas horas de la noche, Pedro, Diego, Martín: cuatro, seis, ocho jóvenes, los unos con vihuela, los oros con bandurria, éste con quena, aquél con charango, el de más allá con andarita; uno llevando el alto, otro el bajo, todos haciendo coro salen de casa del amante o del amigo, camino de la ventana, puerta o balcón de la casa de la mujer amada; terciando el poncho bajo el brazo izquierdo o echado al hombro a modo de bufanda; los sombreros con las alas caídas, como para cubrir los ojos: fachas de badulaques. Desde que salen, comienzan a entonar pasacalle, que no es otra cosa que los llamados cantarcillos: cantan en coros por momentos y en largos intervalos, s{olo dejan oír el rasgueo de las vihuelas y el alegre vibrar de las bandurrias. A veces rompe el alegre y acompasado pasacalle, un grito penetrante, un agudo silbido a manera de quien vive o de hurra, que se deja oír a muy larga distancia, que previene o despierta, que aviva la atención de las gentes que escuchan a puerta cerrada.
Las malas son esas penas,
que sin matar nos maltratan;
las que de un golpe nos matan
esas si que son las buenas.

Y el pasacalle sigue, y las gentes oyen a la distancia, sintiéndolo pasar como cadencia que llevara el viento hasta playas remotas: sus armonías huyen a lo lejos y se pierden dejando dejando al que las ha escuchado en la duda de si estaría soñando. De pronto callan los instrumentos; cada músico se acomoda lo mejor que puede para tocar con libertad: quien da la serenata se coloca los más cerca posible de la reja que pudiera ser la que se entreabra para dejar pasar una flor, un pañuelo, una carta o para dejar adivinar que alguien escucha dulcemente arrobada, dejando caer quizás lágrimas silenciosas por el alabastrino seno. Se coloca lo más cerca posible y entona el yaraví, el expresivo, tierno, dulce y patético yaraví.
Te vi, señora,
por vez primera,
cual hechicera
límpida aurora;
y desde entonces, alma querida,
vivo en constante desasociego,
triste es mi vida,
pasó tu fuego
como un celaje
y hoy angustiado,
¡ay! Tú sabes cuánto he pasado
sufro constante melancolía,
desde ese día.

Mujer ingrata,
que adoro tanto,
también el llanto
sabes que mata;
vivo tan triste sin tus caricias!...
¿por qué me privas de tu hermosura,
de tus delicias
tórtola pura?
¡ay! mas en vano
te llamo tanto;
vana quimera, vana porfía
te ruego en vano y en vano canto
la pena mía.

Tal vez un día
dueño tirano,
llores en vano
mi idolatría;
tal vez más tarde pagues, traidora,
el mal que me hacen tus lindos ojos
dándome ahora
tantos enojos;
sigue labrando
mi triste suerte,
no te conduelas, del alma mía,
¡ay! sólo siento, llegar a verte
llorando un día.

El cielo despejado, la luna rutilante, el lucero de la mañana brillador y solitario, la calle desierta; las casas como palacios en cantados y la mujer que se ama como diosa de aquel culto expresado tan tiernamente. He ahí lo que es una serenata.

Después del yaraví otra vez el pasacalle, el pasacalle con que alejan los cantores, con que se pierden en la sombra.

En seguida, el silencio, interrumpido por el alegre menudeo de los gallos, el rumor de las hojas agitadas por el vientecillo de la madrugada y el murmullo de la acequia vecina, que, haciendo gorgoritos, parece que quisiera ir remedando al pasacalle.

Cosa de hadas es una serenata.

Bibliografía:
               GAMARRA, Abelardo “El Tunante”. Una serenata; En: En la ciudad de Pelagatos; Lima, Ediciones PEISA, 2da. Edición aumentada, 1973, pp. 194 a 198.  
     


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